(titulo omitido)

Bailamos toda la noche, y en una de las piezas, no resistí más. Se lo dije, pues no pude resistir tenerla tan cerca, y tan lejos. Tenerla frente a mí y no poder besarla. Verla cada día y negarle mi amor. No resistí más. Y me arriesgué a tenerla o a perderla para siempre. Pero me arriesgué.
-Anabelle... – dije, y al instante me miró a los ojos. Le sonreí. “Ya nada saldría mal”, pensé.- Anabelle... no puedo esperar más tiempo. No puedo ocultar lo que siento Anabelle. Desde el momento en que te vi... no puedo dejar de pensar en ti...- ella solo sonreía, como una estatua, mirándome a los ojos, escuchando. Pero rompió su silencio para decir solo tres palabras:
-Te amo Miguel... –sentí cómo mis ojos se llenaron de brillo, y mi expresión se convertía en una aún más tonta, y... la besé. No lo pude evitar.
Pero ocurrió algo extraño, pues al besarla, no sentía su calor... era como besar un objeto sin vida, aunque animado. No sentía su corazón latir, quizás por la música que invadía el lugar. Mas no podía explicar el que estuviese tan fría. Quizás Alberto tenía razón, era extraña, muy extraña... pero me encantaba.

* * *

Partimos a la 1AM, Amyar, Laureen, Luis, Anabelle, Alberto y yo en mi coche, porque Alberto se acordó de Real Experiences y nos obligó a irnos.
-Alberto la aguaste, ¿eh?- se quejó Luis.
-¡Sí! ¡yo la agüé! ¡la que nos va a aguar es la muerta si nos sale!
-¿Y vas a seguir Alberto?- dije, tratando de ocultar la risa.
Anabelle estaba a mi lado. Los otros, en el asiento trasero.
-¡Oye Migue! ¡cambia esa música!- sugirió Alberto.
-Sí, ya va... espera, que es de noche y no quiero chocar... espera... ¡oye! ¡muévete, que no estás solo en la vía!- grité por la ventana al coche de adelante.
-¡Ay! ¡Ya! ¡Yo la cambio!- dijo Alberto y se lanzó hacia el frente.
-¡Alberto! ¡No! ¡Cuidado!- me golpeó el codo y provocó que chocara uno de los robles del costado.
En ese momento, cerré los ojos... y pensé en Anabelle... qué le pasó... todo en un segundo. Abrí los ojos de repente y busqué a mi compañera en el asiento a mi derecha.
-¿Anab... elle?- no estaba... – pero... – miré a mis amigos en el asiento trasero.- ¿Y Anabelle?
-¿Y no estaba ahí... ?- dijo Alberto estabilizándose del golpe y señalando el asiento del pasajero.- ¡Yo la vi! Ella venía con nosotros, ¿no?
-Eso... pensé... – dije extrañado y horrorizado. No lo podía creer... es como si se hubiera evaporizado... no estaba.

Fijé mi mirada al fondo del asiento vecino.
-¿Qué es eso?- pregunté a nadie en especial.
-¿Es humo?- intentó responderme al decir esto Luis.
-Eso parece- aclaró Amyar.
-¡Déjenme ver... !- insistió Laureen- pero... ¿cómo...?-

Sentí que alguien nos observaba. Levanté la mirada, y allí estaba, frente al coche.
-¡Oh! ¡Anabelle... ! ¿Qué haces ahí?- dije, mientras salía del coche. Los demás alzaron sus miradas, rápidamente y al compás, hacia nosotros.
-Pero... no puede ser... – decían sorprendidos- no la vimos salir... ¿y el humo?... ¡Qué fue eso!...
-¿Qué haces aquí...? ¿cuándo saliste del coche?...- y no respondía, solo me miraba a los ojos. No sonreía, como solía hacer. Estaba inmóvil.- ¿Qué te pasa...?- dije, acariciando su brazo... Y me dio escalofríos al tocarla, estaba como congelada... y eso parecía.

Pero noté que no era así, pues al instante, intentó fingir una sonrisa, al menos eso creí... pero no fue así, pues siguió aumentando la sonrisa, hasta abrir su boca a tal punto en el que pude ver en su interior, no mucho.
Y... esta vez... yo fui el congelado. Me miraba fijamente a los ojos, no podía creer lo que veía... pero era cierto.
-¿Qué hacen?- pude escuchar a Alberto murmurar.- ¡Oigan!- nos gritó. Lo miré rápidamente y volví mi mirada a Anabelle, me alejé poco a poco... y entré rápidamente al coche. Cerré la puerta.
-¿Y ella no viene?- preguntó Alberto.
No podía articular palabras... no podía quitar mi vista de Anabelle, que aún seguía parada frente al coche, junto al roble, con su vestido rojo, mirándome fijamente...
-¡Miguel! ¿no viene? ¡Dile que entre! ¿la vas a dejar sola aquí? ¿y si le sale la muerta?
-... dudo que le salga...
-¡Ah! ¡sí! Cierto, no crees en esas cosas.
-Ya no sé qué creer Alberto.
-¿Cómo dices?
-Talvez estoy loco, pero... no, es que no puede ser posible.- sacudí mi cabeza, aún no lo podía creer.
-¿Qué cosa?
-Ella, Anabelle, ... es extraña.
-¡Y ahora te das cuenta!... ¿Por qué cambiaste de opinión?
-¿El algodón es comestible?
-¿Qué?... ¡Claro que no! Al menos que sea algodón de azúcar...
-No lo es... no es algodón de azúcar.
-¡¿De qué hablas?!... Oye, me estás asustando...
-No, ella me está asustando. Come algodón...
-¿Tiene algodón en su... b... boca?
-Eso es lo que vi...
-Ay no... no... ¡no! ¡vamos! ¡muévete Miguel! ¡enciende el coche! ¡enciéndelo!
-¡Qué pasa!- gritó alterada Laureen.
-¡No lo quieres saber... créeme!- respondió Alberto.- ¡Muévete!
-¡No quiere encender!- exclamé nervioso.
-¡Pisa el acelerador y prueba de nuevo!-

El coche salió disparado hacia atrás, estaba en reversa, las luces del coche iluminaban a Anabelle a lo lejos, aún seguía allí. Cambié de dirección, hacia delante. No entendía cómo, pero Anabelle caminaba a nuestro lado, mirándome, pues todavía no había apartado su mirada de mí. Y desde mi coche, podía ver aterrorizado el algodón en su boca...
-¡Dale rápido! ¡¿lo ves?! ¡nos salió la muerta! ¡te dije que era cierto! ¡te lo dije! ... ¡y la besaste!
-¡No me lo acuerdes!- por más que aceleraba, ella seguía a nuestro lado, como si estuviese corriendo a la velocidad del coche, pero... en realidad caminaba lentamente.
Y no lo podía creer... muerta... estaba muerta. Eso explicaba por qué no me dio su mano el día que la conocí... talvez no quería que supiera su verdad... su fría verdad...
-¡Vete! ¡vete!- gritaba Alberto. Y los chillidos de Laureen me estaban volviendo loco. Amyar y Luis trataban de calmarla.
-¡Todo saldrá bien! ¡tranquila!
-¡Vete! ¡muerta! ¡vete!- Alberto gritaba desesperado.
Mi corazón y mi mente iban a explotar... no podía imaginar en qué terminaría todo esto... y frené de golpe, ella se detuvo frente al coche...
-¡Por qué te detienes! ¿no ves que sigue ahí? ¡vamos!- insistía Alberto.- ¡Corre!- saltaba en el asiento trasero, y gritaba sin parar, dándome golpes en la espalda al ver que no me movía.- ¡Oye! ¿qué estás sordo?- dijo, y tomó el paraguas bruscamente, lo colocó encima de mi pie derecho, en el acelerador... y lo empujó...
-¡¿Qué haces?! ¡Alberto! ¡Mi pie! ... ¡Anabelle! ¡no! ¡No! ¡NOOO!...- después de tanto forzar, logré soltar mi pie y le di una patada al paraguas, pero fue demasiado tarde... la habíamos atropellado, pero no se escuchó ningún impacto, volví mi mirada... y solo alcancé a ver a los chicos muriéndose de miedo, pero no a Anabelle en la calle, solo el humo conocido. Había desaparecido nuevamente...

Mucha Suerte, Rachel♥